domingo, 25 de julio de 2010

LOS AUTORES Raúl Olivera y Sara Méndez



Sara Méndez nació en Montevideo en 1944. Realizó estudios de magisterio y psicología social. Comenzó su militancia gremial y política en la Federación Anarquista Uruguaya y en la Resistencia Obrero Estudiantil. A partir del golpe de Estado se exilia en la Argentina, donde es secuestrada en 1976 en un operativo conjunto de fuerzas represivas uruguayas y argentinas. Fue fundadora del Partido por la Victoria del Pueblo.. Estuvo prisionera en “Automotoras Orletti” antes de ser trasladada clandestinamente a Uruguay. Su hijo Simón fue secuestrado a los 20 días de edad. Lo recupera luego de una larga lucha de 26 años. Estuvo 5 años presa en Uruguay durante la dictadura. Después de ser liberada desempeño una intensa actividad de denuncia en diversos países. Compartió con Elena los estudios en Magisterio y la militancia sindical y política, y con Tota los años de lucha que sucedieron a la desaparición de Elena. Es madre de un hijo y tiene un nieto. Esta casada con Raúl Olivera.

Raúl Olivera nació en Montevideo en 1944. Fue dirigente en los gremios de trabajadores ferroviarios, de la industria pesquera y del Poder Judicial. Militó en la Federación Anarquista Uruguaya y en la Resistencia Obrero Estudiantil. Fue integrante de la dirección de la CNT y posteriormente del PIT/CNT. Durante la dictadura estuvo preso desde 1973 hasta 1980. I,ùls´o las causas judiciales en las que Tota Quinteros reclamo verdad y justicia. Se desempeña en la Secretaria de Derechos Humanos y Políticas Sociales del PIT/CNT, en el área de investigación y lucha contra la impunidad. Milita en el Partido por la Victoria del Pueblo. Es autor de desaparecidos: la coordinación represiva” y varios trabajos sobre el tema. Es padre de dos hijos y tiene dos nietos. Esta casado con Sara Méndez.

CONTRATAPA DE Zelmar Michelini (hijo)

“Secuestro en la embajada. El caso de la maestra Elena Quinteros” es el relato de un caso emblemático, doblemente emblemático. Se trata de uno de los crímenes más repugnantes de la dictadura que se instaló en 1973 en Uruguay y, al mismo tiempo, simboliza la primera victoria contra el sistema de impunidad elaborado por los políticos de derecha que en 1985 sucedieron a los militares en el poder.

En forma prolija y con profusa documentación, los autores detallan todos los episodios del caso, desde el secuestro de Elena en 1976 en la embajada de Venezuela en Montevideo hasta la encarcelación de Juan Carlos Blanco en octubre de 2002, pasando por las peripecias judiciales que llevaron al procesamiento del ex canciller de la dictadura.

Relato de una historia aún inconclusa y descripción de una realidad que está cambiando, “Secuestro en la embajada” muestra claramente que represión e impunidad son dos caras de la misma moneda, acuñada por malos militares y peores civiles. Deja también en evidencia, a través de Blanco, la implicación de numerosos políticos de los partidos tradicionales en la represión y, por ende, el carácter cívico-militar de la dictadura y... de la impunidad.

Este libro se propone, con total legitimidad, denunciar el empeño del Estado posdictadura y de sus presidentes sucesivos, Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle y Jorge Batlle, en ocultar los crímenes del terrorismo de Estado y en proteger a militares asesinos, torturadores y secuestradores.

La presente obra es, además, un homenaje a la larga lucha de la entrañable Tota Quinteros, que murió sin conocer la verdad ni ver los primeros logros de su cruzada contra la impunidad. Invitar a leerlo es para mí asociarse a ese homenaje. Invitar a leerlo constituye también un llamado a continuar el combate por la verdad y por la justicia.

Zelmar Michelini (h)
21-X-03

DEDICATORIA

A Daniel y Cecilia, a Simón, a Camila y Nicolás.

A un juez que nos hizo ver que el saber jurídico puede ser liberador. A los compañeros abogados que intentan que así sea.

A todos los compañeros desaparecidos y asesinados.

Agradecimientos: A quienes con sus testimonios y ejercicio de la memoria ayudaron a reconstruir esta historia.
A la Fundación Rosa Luxemburgo, que posibilitó la edición de este libro.
A la Fundación Paul Grueninger, que contribuyó a la creación de un banco de datos.
Al movimiento sindical uruguayo (pit-cnt).

PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓN

“Cada hombre, cada persona humana
es el fruto de una creación colectiva
y es también
la síntesis de su pasado.”

(Julio Castro, desaparecido en Montevideo el 1° de agosto de 1977.)



El 18 de octubre de 2002 tuvo lugar por primera vez en Uruguay el procesamiento y la prisión de un integrante de la dictadura cívico militar, el doctor Juan Carlos Blanco, ex ministro de Relaciones Exteriores de la dictadura, por su responsabilidad en la desaparición de la maestra Elena Quinteros.
El hecho puso de manifiesto, especialmente para quienes fuimos compañeros de Elena y de su madre Tota Quinteros, la necesidad de documentar la larga lucha contra la impunidad desarrollada en torno a lo que se ha dado en llamar el “caso de la maestra Elena Quinteros”.
Esa necesidad ha sido compartida por distintas personas que acompañaron el proceso de elaboración de este libro, al que contribuyeron con su generoso aporte.
Dos importantes hechos posteriores se convirtieron también en motivos que nos impulsaron a concretar este trabajo: La libertad provisional concedida a Blanco y la elaboración de un informe por parte de la Comisión para la Paz que pretende cerrar las acciones judiciales al declarar muertos a los desaparecidos.
Cuando en los últimos meses de 2002 comenzamos la redacción de este texto, los hechos que reseñamos estaban en pleno proceso de desarrollo. A mediados de 2003, cuando se cumplían 27 años de la desaparición de Elena, decidimos poner un límite a la incorporación de nuevos acontecimientos que, obviamente, se siguen produciendo. El libro tiene un final, pero no lo tiene la lucha por verdad y justicia que acompañó el drama de Elena. Y está bien que así sea. El tema merece muchos trabajos, muchos libros.
La materialización del terrorismo de Estado que fue el secuestro y la desaparición de Elena Quinteros fue acompañada de una larga trama de complicidades y omisiones que hasta hoy han impedido que la verdad y la justicia se puedan concretar. Lo que la dictadura llamó “caso Venezuela” es sin ninguna duda emblemático; sin embargo, es aún insuficiente lo que se ha escrito sobre éste, así como sobre otros casos. Seguramente una de las dificultades para hacerlo radica en que las acciones de terrorismo cometidas desde el Estado han contado, tanto para cometer el delito como para ocultarlo, con todo el andamiaje que el Estado tiene a su servicio. En muchos casos la información, como la que hizo pública la Comisión para la Paz, contiene verdades a medias. Versiones que apuntan a oscurecer aspectos esenciales de los hechos. Lamentablemente debemos concluir que el Estado pos dictadura poco contribuyó a arrojar luz sobre esos aspectos del pasado.
El escritor uruguayo Ignacio Martínez publicó en 1993 el libro “Tiene la palabra Tota Quinteros”, que recoge testimonios invalorables de la madre de Elena. Junto a muchos otros aportes testimoniales y documentales, esta obra ha sido fundamental para nuestra reconstrucción del caso.
Nuestra intención apunta a reseñar el complejo tejido de hechos que han acompañado al reclamo de verdad y justicia hasta nuestros días. Esperamos contribuir, con su documentación, a que las generaciones futuras y aun aquellas que viven hoy junto a nosotros dispongan de elementos que les permitan acceder a una parte poco conocida de nuestro pasado reciente. Elena Quinteros perteneció a una generación de la cual muchos hoy integran las listas de desaparecidos, de las víctimas del terrorismo de Estado. Todos ellos fueron, junto con Elena, para nosotros un ejemplo y un desafío.
Seguramente, abarcar los distintos aspectos implicados en esta historia requeriría un esfuerzo realizado con más tiempo, contando con otros datos testimoniales y sobre todo con más profesionalidad. Este es sólo un aporte realizado desde nuestra condición de militantes comprometidos en la lucha por los derechos humanos.
Los testimonios recogidos durante todos estos años, los relatos de quienes fueron sus compañeros, los documentos que se encuentran en distintas causas judiciales, la información existente en la prensa de la época y sobre todo los archivos del Partido por la Victoria del Pueblo y los de la propia Tota nos permitieron establecer la urdimbre de este relato. La trama debió ser aportada por los autores. Mientras tanto, la sociedad espera que sobre estos y otros hechos que constituyen el capítulo uruguayo del Plan Cóndor el Estado cumpla con su obligación de establecer la verdad histórica.
Ante la tumba que guarda los restos de Tota, sus compañeros colocaron una placa en la que se lee: “Supo encender el amor. Supo vencer el miedo. Supo enfrentar el dolor y, lo más importante, nos hizo creer en la esperanza”. El presente trabajo, que recoge el ejemplo de vida de dos mujeres uruguayas, quiere también reivindicar el amor... y la esperanza.
La creación colectiva de la que habla el maestro Julio Castro no admite descansos, ni tiempos pasados por alto. De eso trata este libro.


Montevideo, setiembre de 2003

Los autores

PRESENTACION A LA EDICION VENEZOLANA

“Cada hombre, cada persona humana
es el fruto de una creación colectiva
y es también
la síntesis de su pasado.”

(Julio Castro, maestro secuestrado y desaparecido en Montevideo el 1° de agosto de 1977, por la dictadura uruguaya.)



Este libro fue editado en el Uruguay, en el año 2003. En el curso de ese año se conocieron sus primeras dos ediciones. Posteriormente en agosto del 2004, se editó una tercera edición, a la que se le incorporó in nuevo capítulo que dio cabida a algunos acontecimientos importantes que habían ocurrido en torno a esta historia.
El caso del secuestro y la desaparición de la maestra Elena Quinteros es un caso emblemático en Uruguay. La intensa búsqueda realizada por su madre hasta su muerte, en el año 2001, eran lo suficientemente conocidas en Uruguay por lo que muchos detalles de su desarrollo no fueron tratados originariamente en el libro, con la misma profundidad que sería necesaria para lectores que recién conocen el caso o sólo poseen referencias muy generales de ella. Dicho de otra manera, originariamente este libro fue escrito para los uruguayos.
Aún cuando se realizaron presentaciones del mismo en muchos lugares del mundo (Estados Unidos, Canadá, España, Francia, Alemania, Suiza y Argentina), las mismas estaban dirigidas en forma privilegiada a los miles de uruguayos diseminados por el mundo.
Este libro fue para nosotros, sus autores, una herramienta de trabajo que nos permitió seguir levantando las banderas de la lucha contra la impunidad y a la vez realizar una retrospección sobre nuestro pasado reciente que nos colocó en mejores condiciones para afrontar el futuro.
El poner a disposición de los lectores de Venezuela – país que si bien esta directa e íntimamente ligado a la historia de Elena Quinteros, no conoce el proceso de construcción de la impunidad en el Uruguay-, una edición del libro es un desafió que hemos decido abordar. Seguramente hubiera sido deseable y adecuado, que al texto original le hiciéramos algunas modificaciones que ayudaran a los lectores venezolanos a una mejor comprensión de la problemática que nos plantea el libro, así como la incorporación de hechos que ocurrieron luego de la tercera edición en Uruguay.
En esta edición, solo hemos podido dar cumplimiento al segundo aspecto y en esa línea están los últimos capítulos que se agregaron a la tercera edición. Esta opción, no es en desmedro de la importancia que los autores le otorgan a la edición del libro para la República Bolivariana de Venezuela, sino de las disponibilidades de tiempo que los autores tenían para abordar esa tarea, que no era nada menor. Los esfuerzos que aun hay que hacer, para terminar con la impunidad en el Uruguay, y otras responsabilidades a nivel de las experiencias del gobierno de la izquierda, atentaron contra esa posibilidad[1].
El llamado “caso de la maestra Elena Quinteros”, se inicia en territorio de Venezuela, cuando es secuestrada por la dictadura uruguaya del interior de la embajada de ese país en Montevideo el 28 de junio de 1976. Continua vinculado a Venezuela a partir de ahí hasta marzo de 1985, con los esfuerzos que año a año realizaba su madre Tota Quinteros, para que los distintos gobiernos venezolanos (Carlos Andrés Pérez, Jaime Lussinchi y Luis Herrera Campins) mantuvieran la decisión original de no reanudar las relaciones diplomáticas con Uruguay rotas en 1976, hasta tanto se reintegrara a Elena a las autoridades de Venezuela y fueran castigados los responsables. Posteriormente y hasta nuestros días, para que el gobierno uruguayo cumpla con el compromiso que hizo posible en 1985 a la reanudación de las relaciones diplomáticas entre ambos países.
El especial interés mostrado por el Presidente Hugo Chávez, que se entrevistó con Tota Quinteros en marzo de 2000 y las gestiones que realizó ante el entonces mandatario Uruguayo Jorge Battle, han renovado la participación del gobierno de Venezuela en el objetivo de lograr verdad y justicia en torno a este caso.
Recientemente, se cumplieron 32 años de los hechos ocurridos en la Embajada venezolana en Montevideo sin que aparezcan los restos de Elena Quinteros y sin que sean llamados a responsabilidad penal todos sus autores. Sin embargo, justo es reconocer, que la instalación en el gobierno de Uruguay de una fuerza política que contaba en sus filas a Elena y a todas las victimas del Terrorismo de Estado, han permitido avances importantes –aunque aun insuficientes-, en la defensa de los derechos humanos.
Los testimonios recogidos durante todos estos años, los relatos de quienes fueron sus compañeros, los documentos que se encuentran en distintas causas judiciales, la información existente en la prensa de la época y sobre todo los archivos del Partido por la Victoria del Pueblo y los de la propia Tota Quinteros, nos permitieron establecer la urdimbre de este relato. La trama debió ser aportada por los autores. Mientras tanto, la sociedad espera que sobre estos y otros hechos que constituyen el capítulo uruguayo del Plan Cóndor, el Estado cumpla con su obligación de establecer la verdad histórica y hacer justicia.
Ante la tumba que guarda los restos de Tota, la madre de “la venezolana” como la llaman despectivamente sus verdugos, hay una placa en la que se lee: “Supo encender el amor. Supo vencer el miedo. Supo enfrentar el dolor y, lo más importante, nos hizo creer en la esperanza”. El presente trabajo, que recoge el ejemplo de vida de estas dos mujeres uruguayas, quiere también reivindicar el amor... y la esperanza por la que en todos los rincones del mundo y sobre todo de nuestra América luchan hombres y mujeres.
La creación colectiva de la que habla el maestro Julio Castro no admite descansos, ni tiempos pasados por alto. De eso trata este libro.
La construcción del socialismo y la libertad, por la que lucharon las generaciones pasadas y por la que hoy entregan lo mejor de sus vidas nuestros hijos y nietos, en los mas recónditos confines de nuestra sufrida América, es sin duda una bandera que necesita brazos fuertes y comprometidos que la levanten y la mantengan en alto.
Si el algo contribuye este libro, para esa tarea, los autores se sentirán satisfechos.

Sara Méndez – Raúl Olivera
Montevideo, octubre de 2008


[1] Sara Méndez integra la Coordinadora por la Nulidad de la ley de Caducidad, que intenta anular, mediante un plebiscito popular, a la ley que estableció la impunidad de los militares y policías incursos en violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura. Por su parte Raúl Olivera, a partir de la asunción del gobierno por parte de la izquierda, sumó a sus tareas de defensa de los derechos humanos, tareas de responsabilidad política en el gobierno municipal de Canelones en el Área de Descentralización y Participación Ciudadana.

sábado, 24 de julio de 2010

PRIMERA PARTE Capitulo I

Primera parte



“No importa lo que la historia ha hecho con el hombre, sino lo que el hombre hace con lo que la historia ha hecho de él.”
Jean Paul Sartre

I

YO ME QUEDO

El encuentro esta vez había sido largamente pensado y planificado por Elena. Lo que le comunicaría a su madre no debía dar lugar a una nueva discusión, en la que Tota intentara postergar una resolución que ya era definitiva.
Por eso había decidido contar con el apoyo de su amiga Teresa. Ella era la persona adecuada, tanto para contener a su madre como para que se cumpliera lo que se había dispuesto. Elena era consciente de que la decisión no era el resultado exclusivo de una valoración política, su instinto de protección a su madre estaba –aunque no lo quisiera reconocer– presente. Se habían invertido los roles, ahora era ella quien protegía a su madre.
Primero telefoneó a Teresa, le pidió que pasara a buscar a Tota y fueran a almorzar juntas. La calle estaba peligrosa en esos días y debían tomar precauciones.
—Vístanse muy paquetas, así no llamamos la atención –había dicho.
Luego llamó a su madre y para evitar la lluvia de preguntas que siempre le hacía –si comía, si dormía, si estaba bien– le dijo que debía ser muy breve en la comunicación y que mañana se verían.
—Teresa te va a pasar a buscar, tengo novedades.

* * *
El taxímetro se detuvo en el cruce de las calles Hocquard e Inca frente al restorán El Buzón. Dos mujeres –una entrada en años, vistiendo un oscuro vestido floreado y la otra casi de la edad de Elena– descendieron del auto. Mientras éste se alejaba en dirección a Bulevar Artigas, la más veterana se acomodó el vestido, guardó el vuelto en la cartera y ambas se dirigieron muy lentamente hacia la puerta del comercio. Antes de entrar, Tota se apoyó por algunos segundos en el viejo depósito de cartas que, emplazado en la vereda de la calle Hocquard, le da nombre a ese conocido local montevideano.
Cuando entraron al cálido salón, con sus mesas de distintos tamaños cubiertas por manteles blancos, les salieron al encuentro los olores de la cocina. No eran muchas las personas que habían llegado a almorzar en ese tibio mediodía de los últimos días de marzo de 1976.
Contrariamente a lo habitual en esa gran “comilona”, Tota no sintió la acción de los jugos gástricos en el estómago. En su lugar, sentía un nudo que no aflojaba desde la llamada de Elena, la tarde anterior, cuando le había propuesto reunirse ese mediodía. Los frecuentes encuentros con su hija en los últimos tiempos habían estado siempre acompañados por ese dolor, que sólo disminuía en el momento de verla llegar, pero no se iba. Después de los encuentros, cuando Elena volvía a perderse en esa Montevideo permanentemente patrullada por militares, se instalaba en ella una sensación muy rara, pero no en el estómago, no sabría decir en qué parte de su ser.
Las dos mujeres recorrieron con la mirada todo el local. Elena no había llegado. Teresa miró su reloj y comprobó que habían llegado mucho antes de la hora convenida. Paradas aún en la entrada del salón se preguntaron con la mirada. ¿Qué lugar era el más adecuado para sentarse? Antes de que se decidieran, el mozo había llegado hasta ellas y las invitaba a ubicarse.
—Buenos días señoras. ¿Van a almorzar?
—Buenos días. Sí, pero esperamos a otra señora.
—Entonces, ¿una mesa para tres?
Tota pensó, mientras examinaba el lugar al que las había conducido el mozo, si ésa sería la ubicación que Elena hubiera elegido. Al comienzo de sus encuentros en lugares públicos, Tota creyó que eran “caprichos” de su hija. Luego comprendió, o más bien Elena se lo hizo entender. Estaban en dictadura y su hija era una enemiga del régimen. La buscaban: era una clandestina. Había dejado de ser la “parda”, como sus compañeros la llamaban. Ahora Elena era castaña clara.
Mientras se sentaban en las sillas que ceremoniosamente el mozo les ofrecía y esperaban la llegada de Elena, ambas mujeres se sumergieron en un silencio largo poblado de recuerdos. Los de Tota fueron en busca de episodios de los últimos 30 años de su vida, de aquellos que compartió con su única hija. Recordó aquella madrugada en que, próximo a la llegada de la primavera del año 1945, nació Elena Cándida. Ese día había sido muy agitado en el Sanatorio Español, el antiguo hospital de la calle Garibaldi. Su primera hija había llegado, esa primera vez, demasiado temprano. Nació un mes antes de lo esperado, fue una “ochomesina”.
Los recuerdos de Teresa le trajeron los años en que, estudiando en el Instituto Normal, tuvo su primer acercamientos a Elena, cuando ésta recibió la noticia de la muerte de una tía, monja en el colegio de las Dominicas. Aquella vez Teresa la vio tan triste y desolada que, aun sin haber tenido anteriormente una relación estrecha con ella, se le acercó y fue con ella al velatorio. La amistad y la confianza recién nacidas se mantuvieron hasta el final.
Tota abandonó sus recuerdos para prestar atención a la puerta del restorán que se abría. Miró. No era Elena.
Volvió a sus recuerdos. Que frágil y liviana la sintió cuando pudo tenerla en brazos. Un quilo y medio era muy poco para esa criatura a la que ella veía muy chiquita y fea. Supo, desde el principio, que ese ser diminuto sería muy importante en su vida.
Miró nuevamente hacia la puerta y volvió a sus recuerdos. Lástima –pensó– que Roberto ya no vivía. Qué importante hubiera sido para las dos que en esa mesa estuviera también su esposo.
Con sus ideas socialistas, Roberto hubiera podido mejor que ella conversar sobre política, sobre esa dictadura que imponía miedo en la gente y que hacía cada vez más riesgoso hablar en su contra. Las ideas de Roberto, batllista en sus años juveniles y socialista en su madurez, sumadas a su apoyo a las inquietudes sociales y políticas de Elena, seguramente lo hubieran convertido en un perseguido por la dictadura. Recordó que a la hora de decidir el nombre que le pondrían a la niña, había primado el carácter conciliador de Roberto. Acordaron que llevara los nombres de las dos abuelas, paterna y materna, ya fallecidas: Elena Pujadas y Cándida Buela. Ese carácter conciliador de Roberto posibilitó que la fe cristiana y la condición de hincha de Peñarol de Tota pudieran coexistir sin inconvenientes con el ateísmo y el fanatismo de su marido por Nacional, el eterno rival. Desgraciadamente, Roberto había muerto hacía ya casi 11 años.
Teresa acompañaba el silencio de Tota mientras pensaba con cariño en la alegría que tendría esa mujer si los tratamientos que pensaba hacer Elena para quedar embarazada daban resultado.
Finalmente, hizo algún comentario sobre las simpatías futboleras de la familia, y recordó cuando Elena, luego de una victoria de Peñarol, había llegado al Instituto Normal envuelta en la bandera aurinegra. La evocó bailando tangos con Gustavo, o aun antes, cuando vistiendo un traje blanco largo de organdi recitaba poemas españoles en una escuela donde practicaba declamación, y ella, junto a Tota y Robertito la aplaudían a rabiar.
Tota miraba hacia la calle por una de las ventanas y trataba de imaginar, entre las risas que le arrancaba Teresa con sus comentarios, por dónde llegaría su hija. ¿Vendría caminando por Inca o en un taxi como ellas, por Hocquard? ¿Cómo vendría vestida? Últimamente Elena había cambiado hasta su forma de vestir.
Nuevamente, el silencio de Teresa le permitió volver a sus recuerdos. Cuando pudieron salir del Sanatorio Español, con Roberto habían llevado a aquella “negrita” a bautizar en la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, en el barrio del Reducto. Elena había sido educada, igual que ella, en el colegio religioso de las hermanas Dominicas. Como ella, había profesado la religión católica, hasta los años en que estudiaba magisterio. Cuando comenzó su militancia gremial, dejó de concurrir a la misa de los domingos como siempre.
De pronto, la presión de una mano sobre el hombro y un fuerte beso en las mejillas de las dos mujeres las sacaron definitivamente de sus recuerdos.
Elena había llegado y estaba parada frente a ellas, con esa ancha sonrisa y esos ojos que le iluminaban la cara.
Mientras se sentaba, echó una mirada circular por todo el local sin abandonar la sonrisa con la que había llegado y miraba a su madre.
Elena no solo sonreía con la boca. Sus ojos y toda su cara se transformaban al hacerlo. Era la misma sonrisa que tenía en una foto, sentada tras el pupitre de la escuela en que había debutado como maestra.
—¿Cómo estás? –preguntó Elena, mientras a través de la mesa extendía los brazos y apretaba las manos de su madre.
—Bien, nena... ¿y vos?
No alcanzó a contestar la pregunta. El hombre que atendía el restorán se había acercado y ponía al frente de cada una el menú con las opciones del almuerzo.
Tota no sabía bien cuál era el alcance de su pregunta. Sospechaba que además de su situación como clandestina Elena tenía sus problemas personales, de los que casi nunca hablaba con ella. No era su costumbre hablar de sus problemas de pareja con su madre. Elena era consciente de que Tota nunca llegó a estar conforme con la elección que ella había hecho en ese sentido. Con Teresa era distinto. Con ella podía darse el lujo de soñar y hasta de llorar.
—Y Robertito, ¿cómo está?. ¿Y la Cueca? Bueno, después me contás, ahora vamos a pedir un rico almuerzo –y se sumergió en la lectura del menú, pasando de una hoja a la otra casi sin leerlas.
Ambas mujeres la miraban silenciosamente. Teresa sabía que, en algún momento, lo que allí se iba a producir era una despedida. Tota recordaba cómo Elena, luego de recibirse de maestra, había resuelto inscribirse en la Facultad de Humanidades, en cursos de pedagogía de la educación. Allí había conocido al “Gallego”. Él fue su primera pareja y con él se casó nueve días antes del golpe de Estado.
A Tota le habría gustado ser abuela, pero Elena aún no le había dado nietos. No era fácil que ahora tuviera un hijo, a pesar de que sabía que quería ser madre. Elena había sido operada, tenía un solo ovario y los tiempos no eran los más propicios. Cuando Elena y su compañero fueron requeridos por la dictadura y debieron trasladarse a Buenos Aires, Tota había sentido cierto alivio, que se terminó cuando su hija regresó en forma clandestina a Uruguay en los primeros meses de ese año.
Pendiente de Elena, Teresa pensaba que el castaño de su peluca no le quedaba mal. Pero extrañaba el oscuro de su pelo. Le parecía verla subir desde el Parque Rodó, cuando terminaba la práctica en la escuela Artigas con Gustavo, llegar caminando hasta Rivera y Llambí, donde él vivía y donde muchísimas veces los tres se encontraban para conversar de cine o escuchar tangos.
—Tenemos que hablar.
El anuncio de Elena sacó a las dos mujeres de sus recuerdos. Las palabras cargadas de preocupación le indicaron a Tota que ese encuentro tenía, además de los de siempre, otros objetivos ignorados. Sospechó casi enseguida que Elena le volvería a insistir con que abandonara el país y se fuera para Argentina. Ya se lo había planteado a principios de ese año y ella, sin negarse, había dejado pasar el tiempo.
Pocos días atrás, también en Argentina se había instalado una dictadura militar. Tota pensaba que ahora su hija ya no insistiría con el tema.
—Mirá, en Uruguay no te salvás. Aunque haya golpe en Argentina, te tenés que ir igual, yo no te quiero aquí, –era casi una orden, una decisión política comunicada de militante a militante.
Teresa escuchaba en silencio.
—Te vas el 2 de abril, en un vuelo de Pluna, concluyó.
El mozo se había aproximado y esperaba en silencio, a cierta distancia, el pedido. Mientras colocaba los cubiertos las tres fueron solicitando los platos que habían elegido al azar. Esa vez la comida importaba muy poco.
Cuando el mozo se retiraba, Teresa, con la intención de atenuar la tensión que había quedado instalada en la mesa, entabló una animada controversia con él. Le criticaba la inclusión de los huevos fritos en la lista de los postres. El entredicho terminó con una explicación que desató las risas de todos.
—Acá el “huevo frito” es un postre. Consiste en un merengue con un durazo en almíbar en el centro. Igualito a un huevo frito.
Cuando el mozo se retiraba, Elena entre seria y sonriente le recriminó a Teresa.
—Menos mal que no debíamos llamar la atención. Cómo se te ocurrió discutir eso. Mirá cómo nos miran todos ahora.
Elena sacudió la cabeza, volvió a mirar a su madre y retomando el diálogo suspendido preguntó, esta vez con firmeza y suavidad.
—¿Sí?
—Sí –respondió confusa Tota. Pero –agregó– en junio vuelvo a cobrar la jubilación.
—Mamá, convencete de que no podés volver a Uruguay.
—¿Y vos?
—Yo me quedo.
Después, ya en un clima muy cargado de emotividad, acordaron desarmar la casa de Tota. Cuando terminaron de comer y ajustar algunos detalles en un ambiente poblado de silencios, se despidieron. Tota y Teresa esperaron unos minutos. Cuando Elena se alejó, ellas también abandonaron el lugar. Sería la última vez que Tota veía a su hija. Teresa aún se encontraría con ella muchas veces.

viernes, 23 de julio de 2010

PRIMERA PARTE Capitulo II

II
ELENA


Elena Cándida nació en la ciudad de Montevideo, a la 1.40 de la madrugada, el 9 de setiembre de 1945 y fue secuestrada por la dictadura uruguaya el 26 de junio de 1976, cuando aún no había cumplido 31 años.
El hogar de trabajadores donde se crió estaba constituido por su madre, María del Carmen Lidia Almeida Buela (“Tota”) y su padre Roberto Luis Quinteros Pujadas.[1] Profesó y practicó la religión católica hasta el comienzo de su actividad gremial. Dice su madre: “...ella tenía una buena relación con la religión y seguía todos los pasos que la vida colegial le indicaba, pero cuando terminó cuarto y salió de allí un día Roberto, mi marido, me hace notar que un domingo ella no fue a misa, cosa que hacía siempre desde hacía muchos años. Ahí vimos que ella se desligó de la religión”.[2]
Silvia Peyrú, unos años menor que Elena y que también se educó en el colegio de las Dominicas, recuerda a Elena como una niña muy tierna. “No estábamos en la misma clase, nuestra relación era de sentarnos juntas en el comedor del colegio. Allí, evitando la vigilancia de las monjas intercambiábamos la comida según nuestros gustos. Cuando la vigilancia de las religiosas lo permitía, yo le daba el postre y ella me daba el trozo de carne.”
Luego de recibirse de maestra y cuando cursaba estudios de pedagogía de la educación en la Facultad de Humanidades, conoce a José Félix Díaz Berdayes, con quien se casa el 18 de junio de 1973.[3] Él será su pareja hasta poco antes de su desaparición. De ese matrimonio no existen hijos: “Ellos ya eran pareja en el momento en que Elena es detenida en 1969, y yo ya lo sabía y me parecía bien. Yo no era de esas mamitas bobas que piensan en esas cosas de ‘pureza’ que nada tienen que ver con la vida”.[4]
En los años sesenta, Uruguay vivía en plena convulsión social con un gran auge de movilizaciones sindicales y estudiantiles –acompañadas de una intensa actividad política– que recibían del gobierno un nivel cada vez mayor de represión. En ese marco, Elena comienza a estudiar magisterio en 1962. A los 21 obtiene el título de maestra. Junto a ella, recién salidos de la adolescencia, surge una camada de activos militantes gremiales y políticos.
Algunos de esos jóvenes, Elena entre ellos, se incorporarían a la Federación Anarquista Uruguaya (fau).[5] Desde esa opción libertaria, realiza una activa militancia en la Resistencia Obrero Estudiantil (roe) y será una de las fundadoras, en 1975, del Partido por la Victoria del Pueblo (pvp).
Cuando Elena se integra a la fau, esa organización política cumplía 10 años. En su conformación habían confluido militantes sindicales, barriales, así corno sectores juveniles y estudiantiles que anteriormente constituyeron las Juventudes Libertarias. A la fau y posteriormente al pvp, Elena entregó sus mejores energías.
Si bien en sus orígenes la fau tuvo una clara influencia de la tradición revolucionaria anarquista de Bakunin y Malatesta, su intensa actividad en esos años sufrirá la influencia de otras corrientes de pensamiento y de algunos hechos impactantes a nivel continental, como el triunfo de la Revolución Cubana, a la que le brindará su apoyo crítico.
La fau funcionó durante muchos años en un local de la calle Misiones 1280, en la Ciudad Vieja. Por allí, seguramente, pasó muchas veces Elena.
Desde su condición de estudiante y luego como maestra tuvo también una actividad sindical importante, primero en la agrupación 3 de la Asociación de Estudiantes Magisteriales de Montevideo (aemm) y luego en el gremio de la Federación Uruguaya de Magisterio (fum), integrante de la Convención Nacional de Trabajadores (cnt).
Sara Méndez,[6] integrante de esa generación, aunque un año mayor que Elena, verá así ese proceso: “Cientos y miles de jóvenes provenientes en su mayoría de corrientes cristianas van a incorporarse a las filas del movimiento revolucionario, aquí y en el resto de América, convencidos de que para terminar con la injusticia social había que cambiar el mundo radicalmente. Y esa convicción de cambio se irá probando en las huelgas, en cada enfrentamiento con las fuerzas represivas, en la prisión que se comenzará a vivir, en la tortura por la que se pasa, o se queda”.
Hugo Cores, por su parte, expresa: “Conocí a Elena también tempranamente, con esa vivacidad, con esa picardía que después tantas veces vimos reproducida en esa femineidad criolla, un poco socarrona que tenía Tota para tratar a los hombres, a los muchachos. Y que en Elena funcionaba como una expresión de tremenda vitalidad interior”.
La escalada represiva contra el movimiento popular se inicia a mediados de la década del 60, con la aplicación de las medidas prontas de seguridad[7] por parte del gobierno para intentar neutralizar la creciente capacidad de lucha que se generaba a partir de la unidad del sindicalismo.[8]
Una de las movilizaciones de los estudiantes magisteriales es recordada por Yamandú González: “Estaban allí, entre otros, Gustavo Inzaurralde, Elena Quinteros, María Esther, Charo y otros y un señor de cabellera abundante y lacia y un bigotito, que compartía animadamente las vivencias de los estudiantes. Recuerdo el rostro grave y alegre de Elena contando sus propias peripecias bajo la atenta mirada del señor de abundante cabellera, que no era otro que su padre. Era poco común ese grado de involucramiento con los avatares de una hija como el que experimentaba Quinteros, a quien vi, en esas y otras circunstancias en el bar que cobijaba a los estudiantes”.
En abril de 1967, con 22 años, Elena junto a Sara Méndez, Lilián Celiberti,[9] Yamandú González y Telba Juárez,[10] entre otros, participan en la reanudación de las Misiones Sociopedagógicas en el interior rural de Uruguay.
Celiberti y González recuerdan esa experiencia, que marcó en muchos aspectos a sus protagonistas. “Conocer una realidad de pueblos de ratas, a los niños y sus padres que allí vivían, las dificultades de un maestro para mantener una escuela en un lugar donde se carecía de materiales imprescindibles -nosotros fuimos a Durazno-, significó un shock para quienes recién comenzábamos. Al impacto emocional siguió la reflexión de que para que cambiara había que hacer algo. En mi familia todos eran blancos y el mundo de la izquierda no existía. En ese primer grupo la única militante gremial era Elena. El resto teníamos 'sensibilidades’. Pero la experiencia nos cambió la vida y a fin de año comenzamos a comprometernos gremialmente. Ella tenía 19 años, y yo con mis 16 pensaba que no me daba bolilla. En aquella primera actividad en grupo un día tuvimos que cocinar para los más de cuarenta compañeros y para los maestros que orientaban la experiencia. El menú era polenta, y como no teníamos idea de nada hicimos tanta cantidad que todo se convirtió en un superabundante y compartido fracaso culinario. A raíz de ese hecho perdí parte de mi timidez y logré relacionarme con Elena de igual a igual.”[11]
“Nadie como el maestro sabe de los problemas de la desnutrición y el hambre de los niños, nadie como él sabe de plagas y enfermedades que se extienden en la población escolar, nadie como él conoce los problemas afectivos y la desestructuración de los núcleos familiares. Por eso los estudiantes magisteriales estuvieron en la primera línea de combate. Eso se daba cuando se juntaban a la realidad esa, que ahí se vivía, una sensibilidad política. La misión en Capilla de Farruco en Durazno, en 1967, fue la primera de una serie de experiencias realizadas por el estudiantado, conjuntamente con los estudiantes del Instituto Normal de Durazno. Y así en los meses de preparación en que íbamos a la escuela de Cuchilla de Machín en las cercanías del Sauce, estuvo Elena compartiendo músicas y bailes y su famoso fainá de queso confeccionados por la Tota. Los intentos de aprender a andar a caballo, las tareas diarias que nos acercaban en cierto modo a los objetivos de la misión, las visitas para conseguir artistas que participaran en los festivales que organizábamos, las trabajosas gestiones para los diversos asuntos que hacíamos en Montevideo, en fin, tenían a Elena como una de sus protagonistas. Fueron años en que su presencia y compromiso alimentó al colectivo de los estudiantes de Magisterio. Elena no era brillante, pero siempre estaba.”[12]
El hogar de las Quinteros en la calle Municipio era un lugar de encuentro y donde comúnmente funcionaba la agrupación de Magisterio integrada entre otros por militantes de origen cristiano y anarquistas como Gustavo Inzaurralde.[13] Recuerda Luis Presno: “Elena era profundamente cristiana. El anarquismo fue siempre muy poroso con relación al cristianismo. Si hablabas de Dios o de religión, no te decían que eras reaccionario. Elena tenía, al igual que el anarquismo de la fau, un sentido ‘misionero’. No mesiánico. Misionero en el sentido de exigir sacrificio, austeridad. La tarea política era ‘evangelizadora’, de ‘conquistar almas”.

Relata Celiberti que la casa de Elena pasó a convertirse en un verdadero refugio para ellos. “No teníamos con nuestros padres el espacio que necesitábamos. Ni yo ni Sara Méndez, por ejemplo, podíamos realizar en nuestras casas ese tipo de reuniones de búsqueda política y gremial en las que nos pasábamos el tiempo tirados en el piso, conversando, debatiendo, pensando. Eran reuniones afectivas, de jóvenes que junto a la discusión gremial y política intentaban generar una nueva cultura. La búsqueda de alternativas iba desde la poesía a la literatura, al cine –aquí con una preocupación especial por parte de Gustavo, que orientaba en parte esas actividades–, a la lectura de libros políticos, a visualizar la creación de un hombre nuevo. La casa de la calle Municipio fue indispensable para que el grupo funcionar”.
Tota pasó a ocupar un papel importante para esos jóvenes. ¿Cuál era el encanto de la casa de la calle Municipio? Celiberti responde: “Yo no podía decirle a mamá que era un espacio donde me sentía libre de todos los condicionamientos familiares. Con mis 17 años, había cosas que no me animaba a hablar con mi madre, pero sí podía conversar con Tota. Además, en esa casa se producía, en grupo, un crecimiento personal”.
Ya como maestra, Elena comenzó a trabajar en una escuela de un barrio periférico de la ciudad de Pando, en el departamento de Canelones. Debía levantarse a las seis de la mañana para recorrer los 20 quilómetros que la separaban de la escuela, pero las reuniones de la agrupación continuaron en su casa hasta altas horas de la noche. Por esa época la actividad política y gremial le insumía muchas horas, a las que se agregaban los cursos en Humanidades.[14]
Cuenta Sara Méndez que el cansancio y el sueño de Elena por las mañanas hacían que se escuchara la voz potente de su madre: “¡Por favor, Elena, despertate!. ¡Te vas a quedar sin trabajo, de qué vamos a vivir, Elena!”. El hogar se sostenía económicamente con el sueldo de Elena como maestra y el aporte de una pequeña pensión por el fallecimiento del esposo de Tota, más los ingresos que ésta percibía por corregir deberes del colegio de las Dominicas. En la casa no sobraba el dinero, más bien escaseaba. Pero lo que había se compartía, recuerda Méndez: “Nosotros éramos jóvenes y si llegábamos sobre todo de una pegatina o de una pintada, veníamos siempre muertos de hambre. Tota nos preparaba guisos o sopas y comíamos todo lo que encontrábamos. A veces algunos traíamos de nuestra casa un paquete de azúcar o de arroz, pero en realidad, como buenos estudiantes, nunca teníamos un peso, aunque en casa no nos faltara la comida. El problema era que nadie, sobre todo las mujeres, podía volver a su hogar de madrugada. Nuestros padres ni siquiera soñaban que salíamos de pegatina y pensaban que nos reuníamos solamente para estudiar”.[15]
El 68 uruguayo se manifestó también con un incremento de las luchas obreras y estudiantiles, en las que Elena y sus compañeros se multiplicaban para expresar en los muros de Montevideo, en los actos, en las movilizaciones relámpago, en las pegatinas reclamando la libertad de los presos, que por esos días poblaban los lugares de detención.
El gobierno de Pacheco[16] trajo un significativo incremento en los niveles de represión. Se producen asesinatos de estudiantes y trabajadores,[17] los primeros secuestros con la entrada en acción del Escuadrón de la Muerte,[18] hay cientos de detenidos por medidas prontas de seguridad, atentados contra locales políticos, asesinatos y torturas.[19] Las luchas gremiales de los estudiantes de Magisterio, en la que Elena era un elemento muy activo y dinamizador, no se limitaban al derecho a ingresar al Instituto Normal con pantalones, incorporaban el cuestionamiento de algo que hasta ese momento era considerado una razón de ser de quienes seguían esa carrera: el ser maestra “como apostolado”. Comenzaban a cuestionar todo un orden social, y con ello pautas de comportamiento de todo tipo. En ese marco la militancia estudiantil, social, política, que desarrollaba Elena era un proyecto de vida, de compromiso.
Sara Méndez evoca ese período en que: “Creíamos que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, nuestra vida se identificaba con la revolución. El objetivo era lograr el cambio social lo más rápido posible y el resto se subordinaba a eso, aun si nos gustaba aquello para lo que nos estábamos formando. Elena sentía la vocación de maestra, pero la revolución primaba”.
Elena se constituyó en punto de referencia para todas sus compañeras, según recuerda Celiberti: “Porque además demostraba un gran tesón y esa voluntad de estar en todo. Fumaba mucho y dormía poco. Era muy alegre y testaruda y no le resultaba un problema que su casa fuera siempre ese caos absoluto en donde llegabas y no sabías con quién te ibas a encontrar. Si había pegatina estaba repleta de gente, de baldes para el engrudo, de murales y brochas por todos lados. Ella lo vivía como parte de su vida. Y veía que para su madre ella era todo. No debía ser sencillo para Elena, hija única, asumir la responsabilidad de tener una madre que vivía pendiente de ella”.
El 16 de noviembre de 1967 Elena fue detenida por primera vez, junto a Gustavo Inzaurralde, Yamandú González y Lilián Celiberti, y es liberada al otro día. Méndez recuerda así esa primera experiencia ante la represión: “Elena, una vez que fue citada al ser detenido Gustavo, se bañó, se vistió despacio, se pintó con cuidado frente al espejo. Yo la miraba inquieta y le pregunté cómo no estaba nerviosa. Ella me respondió que lo estaba y mucho, pero que debía aparentar tranquilidad. Era de personalidad fuerte y brindaba confianza a los demás. Ese período fue de mucho desgaste para Elena por la militancia, y para Tota, porque aumentaba su nerviosismo”.
La incorporación de Elena a la actividad política en la fau motivó su paulatino alejamiento de las actividades gremiales.
El 16 de julio de 1969 hacía frío, un comando de la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales (opr 33) ingresó en el Museo de la Casa de Juan Antonio Lavalleja, de donde se llevó la bandera de los Treinta y Tres.[20]
El 8 de octubre de 1969, cuando el mln toma la ciudad de Pando, Elena es sacada encapuchada de la escuela cercana donde trabajaba.
El 22 de octubre de 1969, con 24 años, Elena es nuevamente detenida en un allanamiento efectuado en la finca de Calderón de la Barca 1953, donde vivían Carlos Hebert Mejías Collazo y su compañera América García Rodríguez. Esta vez es procesada, así como su compañero José Félix Díaz, Mejías Collazo, Jaime Machado Ledesma y América García Rodríguez: “Es detenida en relación a un laboratorio que se había montado allá por Colón a cargo de dos compañeros, Mejías Collazo y América García. Lo que ocurrió fue que habían allanado la casa y aquella pareja, junto a José Díaz Berdayes, fue detenida. Montaron una “ratonera” y Elena es apresada cuando llega. Allí la procesan y la llevan a la cárcel de Cabildo”.[21]
Estando Elena en la cárcel, el 8 de marzo de 1970 se produce la fuga de 13 de las mujeres recluidas en dicho establecimiento. Elena y América García no se fugan, en razón de que para ambas era inminente su liberación. De inmediato fueron trasladas a Cárcel Central.
Su permanencia allí se extiende algo más de lo esperado. En tanto, algunas de las mujeres fugadas de Cabildo son recapturadas y recluidas también en Cárcel Central. Es allí donde la conoce Sonia Mosquera, integrante del mln detenida en esos días. “Establecimos una relación muy interesante, porque a Elena le encantaban los chiquilines y Adolfito, mi hijo, iba todo el día, una vez por semana, y se quedaba conmigo todo el día, conmigo y con todas, porque era un lugar muy chiquito. Adolfito en esa etapa hizo como un retroceso. Él ya estaba para caminar, pero hizo un retroceso y dejó de caminar. Entonces, me acuerdo que con Elena tratábamos de hacerlo caminar. Ella se ponía de un lado y yo del otro, a esa hora del recreo en la azotea. Él empezó a caminar ahí, con nosotras, en ese lugar, la cárcel. Elena tenía un ‘filin’ muy grande con el nene, con Adolfito. Y él también, porque claro, éramos muchas mujeres, tampoco era cuestión de que estuviera con todas.”[22]
A mediados del año 70 Elena participa con las demás presas de Cárcel Central en una huelga de hambre. Sigue Mosquera: “Después nos trasladaron de ahí a Cabildo, en junio o julio del 70 -no me acuerdo exactamente-, porque hicimos una huelga de hambre, por las condiciones. Cada vez éramos más y el lugar era muy chico. A raíz de eso nos trasladaron a Cabildo nuevamente. Teníamos habitaciones colectivas, eran dos. Una era muy grande, con muchas cuchetas. Y había otra, que le llamábamos el cuarto chico, donde había menos. Yo estaba al lado de la cama de Elena”.
En Cabildo Elena recibía las visitas infaltables de Tota y de Robertito, un chico que ella y su madre criaban. “Elena tenía visita con Robertito, que nunca se quedaba todo el día. Algunas veces entraba el día de visita de niños y de repente se quedaba dos o tres horas, porque era fatal. Me parece que Elena decía, bueno unas horas, no más y allí lo iba a buscar la Tota. Yo ahí conocí a la Tota, en ese momento”, cuenta Mosquera, y agrega: “Yo me acuerdo que Elena estudiaba, hacía manualidades, jugaba al vóleibol. Era una gurisa que tenía buena relación con todo el mundo, muy tierna, muy simpática, como muy ‘maestra’, también. Cuando esas visitas en que venían todos los gurises –venían el mismo día– usábamos el patio grande y allí ella organizaba juegos para los chiquilines”.
Durante el tiempo en que estuvo presa (casi un año) fue un referente de su grupo político, especialmente para las militantes presas de otras organizaciones. Testimonia Mosquera: “La que siempre iba a hablar con ellas en función de decisiones que se daban por grupo político, era yo. Y hablaba fundamentalmente con Elena. Era con la que más me entendía. Se dio una relación muy linda, que me hubiera gustado continuarla, o verla después. Después no la vi más”.
El 16 de octubre de 1970 Elena fue liberada. “Yo viví la libertad de ella. Me acuerdo cuando la firmó, cuando la llevaron al juzgado. Ella la estaba esperando desde hacía tiempo. Pensábamos, ella también, como que la fuga había retrasado muchas de las libertades que estaban para firmarse. Como que en los juzgados habían metido los expedientes en los cajones. Pero de alguna manera, todavía funcionaba la justicia civil y tuvieron que empezar a dar esas libertades que estaban pendientes. Elena fue la primera compañera que salió en libertad, después del traslado a Cabildo. Fue la primera libertad que yo vi, estando presa. Por eso me quedó tan marcada. Ahí estaba la Tota esperándola. Cuando alguien se iba en libertad, le venían a avisar, así que ya sabíamos desde antes el día que se iban. Ella sabía que se iba ese día y que se iba de tarde, además. La policía femenina que era la que nos cuidaba, estaba siempre como comunicándote: ‘Ya está tu familia’, ‘En poco tiempo, aprontate”. Nos despedíamos, cantábamos, les cantábamos. A Elena le cantamos una canción, que le cantábamos generalmente a las compañeras anarquistas. Era una viaja canción del anarquismo español... Me acuerdo de la cara de ella cuando salió. Nosotros nos quedábamos en el patio. Ese patio estaba cercado por una reja. No era una reja desde abajo, sino que era un muro no muy alto y desde allí salía la reja para arriba. Ella atravesaba esa reja y después había una puertita, y una vez que atravesaba esa puertita no las veías más. Yo me acuerdo que Elena iba hacia la puerta y volvía hasta la reja, iba hasta la puerta y volvía...”.
Recobrada la libertad, Elena nuevamente va a vivir con Tota. Luego de pasar por una casa de la calle Carreras Nacionales, en enero de 1971 Tota, Robertito y Elena se mudan a la calle Escalada 4101 en el Prado, cerca de Magisterio, donde había quedado una casa libre que ocupaba el “Santa” Romero y su compañera Nelly Roverano. Allí vivirán los tres hasta que en 1973 Elena se casa y pasa a vivir con sus suegros.
Por esa casa pasó mucha gente. Rubén Prieto recuerda: “Estuvo Luis Presno un tiempo ahí, después de un accidente grave que tuvo en la Onda, con una pierna partida en ocho o diez pedazos, y la Tota lo cuidaba. Y los rezongos de Elena con la Tota, porque a la Tota no había quien le hiciera aplicar criterios de seguridad. Ya Elena había estado presa, ya se cuidaba más, aunque siempre fue cuidadosa y discreta y prolija para su actividad. Elena era una hormiga, una hormiga discreta, una hormiga conspirativa, una hormiga que cualquier tarea se le podía confiar que se sabía que la iba a llevar adelante”.
Elena vuelve a desempeñar sus tareas como maestra en la misma escuela en la que anteriormente había trabajado, donde es recibida con júbilo por niños y vecinos de la zona.
La relación de Elena con Sara a partir de 1971 dejó de ser tan asidua: “Ya en la década del 70 nos vemos poco, se queda en mi casa en algunas oportunidades y pasamos juntas unas vacaciones en La Paloma en el 71, que interrumpe los fines de semana para ver a su compañero que estaba retenido en Punta Rieles”.
Ese año es nuevamente detenida: “...cuando vinieron los cañeros de utaa en abril de 1971, año electoral, para participar del Primero de Mayo, y acamparon allá en Cerro Norte, Elena salió a recibirlos junto a muchos compañeros. Detuvieron el camión donde iban y allá marcharon detenidos”[23].
El 26 de noviembre de 1972 es nuevamente detenida en averiguaciones por la seccional 12 de Policía.
En esos años, la militancia gremial llevó asiduamente a Elena al sindicato de funsa donde, entre otras cosas, se hacían las reuniones de familiares de presos políticos y se preparaban los paquetes que después se llevaban a las cárceles.
La fau había sido ilegalizada en diciembre de 1967 y recién a comienzos del año 1971 es nuevamente legalizada. El período previo a las elecciones del 71 es de intensa actividad para la roe: conflictos en la enseñanza, la salud, en la empresa Ghiringelli, en Tem, en ferroviarios y otros consumen los esfuerzos de los militantes sindicales y de las agrupaciones estudiantiles. La creación del Frente Amplio y el tiempo de elecciones conmueven la estructura del movimiento popular. La legalidad motiva la suspensión de algunas formas de comunicación y de difusión de ideas de la fau, que constituyeron durante esos años el centro de una actividad de desarrollo de la organización política.[24]
El golpe de Estado del 27 de junio de 1973 sumerge a Elena en la organización de la resistencia que se manifiesta en la huelga general. Posteriormente trabaja en la reorganización clandestina del activo militante que permanece aún en el país. Luego participará en un largo proceso de conformación de una nueva organización política, lo que la obliga a desplazarse asiduamente entre Uruguay y Argentina.
El 5 de mayo de 1975, en el marco de un nuevo embate represivo contra su organización, Elena y José Félix Díaz son requeridos por la dictadura y se trasladan a Buenos Aires: “Los van a buscar a los dos pero ellos ya estaban protegidos en otras casas y allí yo no sé bien en qué momento viajan a Buenos Aires con otra identidad”.[25]
Elena parte a Buenos Aires con documentación falsa en un vuelo de pluna. Antes de partir pasa unas horas en la casa de Teresa y desde allí se va sola al aeropuerto de Carrasco.
El 24 de junio de 1975 es destituida de su cargo como maestra.
Una vez en Buenos Aires, se suma a Elba Rama y Blanca Clemente –otras dos integrantes del pvp que debieron exiliarse en Argentina– que vivían en una pensión, en el barrio de San Telmo. Allí vive hasta setiembre de 1975.
En los primeros meses del 76 regresa en forma clandestina a Montevideo. Su compañero, que también lo hace, compra bajo otra identidad un apartamento en la calle Massini 3044, donde Elena vive hasta su detención: “ ...pero te puedo decir que en los primeros meses del 76 ya estaba acá. En realidad hubo un primer repliegue de muchos a la Argentina pero Elena volvió enseguida para acá”.[26]
El 2 de abril de ese año, después de varios encuentros con Elena, Tota viaja a Argentina: “Mi salida fue más que nada a pedido de Elena. A principios del 76 tuvo lugar ese encuentro que te refería y me dice que cruce al vecino país”. ¿Dónde se encontraban acá en Montevideo? “Y, en muchos lugares. En boliches. Me acuerdo, sobre todo, de la confitería Bonilla y también me acuerdo de El Buzón, porque fue el último almuerzo que hice con ella... fue la última vez que vi a Elena.”[27]
A mediados de mayo de 1976, en un café de la calle Rivera, Elena y Teresa escuchan la información sobre el asesinato de Michelini y Gutiérrez Ruiz en Buenos Aires.
Hasta su secuestro, Elena, además de sus tareas militantes, hacía visitas periódicas a lo de Teresa, mantenía su pasión por el cine y por las rosas color té.
Unos días antes de su secuestro, una tarde lluviosa y fría, Elena va al cine a ver “Tarde de perros”. Al salir llama a su amiga y le comenta que con gusto iría para allí a tomar mate y comer tortas fritas.[28]
[1] Roberto Quinteros nació en el barrio de la Aguada el 15 de enero de 1911 y era hijo de Felipe Quinteros Delgado y Elena Pujadas Tuduri.
[2] Martínez, Ignacio. Tiene la palabra Tota Quinteros. Editorial tae, Montevideo, 1993.
[3] El casamiento de Elena con José Félix Díaz, de nacionalidad español, se realiza en la 16a sección del departamento de Montevideo.
[4] Martínez, I. Op cit.
[5] La fau fue fundada en 1956. En el núcleo fundacional se contaron León Duarte y Gerardo Gatti quienes, integrando la dirección del pvp fueron desaparecidos en Buenos Aires el 13 de julio y el 9 de junio de 1976, respectivamente. Según Luis Presno, Elena comenzó a militar en la fau a mediados de 1966.
[6] Fundadora del pvp, secuestrada en Buenos Aires junto con su hijo Simón, fue trasladada a Uruguay en forma clandestina, donde estuvo presa hasta 1981. Su hijo estuvo desaparecido durante casi 26 años. Lo recuperó en marzo de 2002.
[7] Las medidas prontas de seguridad fueron aplicadas por primera vez en el año 1951, luego en 1952, posteriormente desde el 10 de octubre de 1967 hasta el 23 del mismo mes. A partir del 24 de junio de 1969 se aplicaron en forma ininterrumpida.
[8] La unidad sindical tiene un proceso de génesis largo y trabajoso que da lugar al paro general del 6-IV-65, a partir del cual se convoca al llamado Congreso del Pueblo, realizado en agosto de 1965, y a la Asamblea Nacional de Sindicatos, de enero de 1966, que convoca al Congreso de Unificación Sindical del 28-IX-66. Éste culmina con la conformación de la Central Nacional de Trabajadores (cnt).
[9] Integrando el pvp fue secuestrada en 1978 por militares uruguayos en Porto Alegre (Brasil), junto a sus dos hijos y a Universindo Rodríguez, y trasladada clandestinamente a Uruguay, donde estuvo varios años presa.
[10] Fue secuestrada en Buenos Aires junto con Eduardo Chizzola, integrante del pvp. El cuerpo de Telba aparece acribillado en el barrio de Barracas. Según el expediente judicial argentino, el 24-IV-76 en un descampado en la avenida Escalada entre 27 de Febrero y Avenida Roca fue hallado un cuerpo sin vida, desnudo, presentando heridas, hematomas y laceraciones múltiples, cuya muerte databa de 24 o 48 horas. Había sido dejado allí ya sin vida. La autopsia determinó que tenía una herida de bala que no era mortal. Muere por “congestión y edema agudo de pulmón y cerebro-meníngeo, en un baleado con quemaduras”. La existencia de este expediente y la identificación del cuerpo como de Eduardo Chizzola recién pudieron comprobarse en el año 2003, en que el Estado uruguayo remite a Argentina huellas dactilares.
[11] Lilián Celiberti, semanario Brecha, 12-I-01.
[12] Yamandú González Sierra, acto de homenaje a Elena Quinteros,14-XII-02.
[13] Gustavo Inzaurralde nació en la ciudad de Minas el 4 de agosto de 1942. Ingresó a Magisterio en 1964. Fue detenido cuando en un allanamiento de su casa se le encontró un arma. Luego de cuatro días es liberado. En 1970 trabajaba en funsa cuando es detenido en una operación policial callejera. Un nuevo allanamiento de su casa motiva su procesamiento y reclusión por seis meses en la cárcel de Punta Carretas. Al ser liberado es nuevamente recluido por medidas prontas de seguridad en una dependencia de la Marina. Dos meses después el gobierno le da la opción de abandonar el país y se radica en Chile. Luego del golpe del 11 de setiembre de 1973, se traslada a Argentina. En 1975, es detenido por la policía argentina y recluido en la cárcel de Villa Devoto. El 29-III-77 es secuestrado junto a Nelson Santana en Asunción (Paraguay), en una acción coordinada de la represión paraguaya y la uruguaya. Fue trasladado junto a otros detenidos argentinos hacia aquel país en mayo de 1977. Continúa desaparecido, al igual que Santana y los argentinos.
[14] Según Luis Presno, el paso de Elena por la Facultad de Humanidades fue bastante fugaz. Allí militó en la agrupación 26.
[15] Sara Méndez, semanario Brecha, 12-I-01.
[16] 6-XII-67 al 1º-III-72.
[17] Líber Arce es herido de gravedad en una manifestación estudiantil el 13de agosto y muere al otro día. El 15 es procesado por esa causa un oficial de policía. El 20 de setiembre son asesinados los estudiantes Hugo de los Santos y Susana Pintos. Heber Nieto, también estudiante, es asesinado el 24 de julio de 1971. Julio Espósito muere por un disparo en la espalda el 1-IX-71 en un enfrentamiento con la Policía, frente a la Facultad de Medicina. Arturo Recalde, obrero municipal, es asesinado por un militar retirado el 27-I-69, en una manifestación. Un estudiante de 13 años, Leonardo Beledo, es asesinado por un efectivo de la Guardia Republicana, el 8-V-70. El cadáver de Íbero Gutiérrez, estudiante de Humanidades, aparece con varias heridas el 28-II-72. Nelson Rodríguez Muela muere en un ataque al liceo Nº 8 el 10-VIII-72. Joaquín Kluver muere baleado por integrantes de las Fuerzas Conjuntas el 6-XII-72.
[18] El 17-VII-71 es secuestrado y desaparece el estudiante Abel Ayala. El 31-VII-71 aparece en la costa el cadáver de Manuel Ramos Filippini, secuestrado el día anterior. El 17-VIII-71 desaparece Héctor Catagnetto.
[19] En un asalto a la seccional 20º del Partido Comunista, el 17-IV-72 son asesinados por el Ejército ocho comunistas. El 25-V-72 muere en un cuartel de Treinta y Tres por torturas Luis C Batalla.
[20] La bandera fue trasladada en 1972, junto a los archivos de la organización, a Buenos Aires. En 1976, en el marco de la represión desatada por las fuerzas armadas uruguayas que actuaban en Argentina, muchos de sus miembros fueron secuestrados y desaparecieron. Otros fueron asesinados. Sus casas y pertenencias fueron robados por los militares, entre éstas se encontraba la bandera.
[21] Martínez, I. Op cit.
[22] Sonia Mosquera, en testimonio para este trabajo, 2002.
[23] Martínez, I. Op cit.
[24] Nos referimos a las Cartas de fau.
[25] Martínez, I. Op cit.
[26]. Martínez, I. Op cit.
[27] Martínez, I. Op cit.
[28] Teresa Trillo, en testimonio para este trabajo.